sábado, 24 de octubre de 2009

Cuando un niño deja de ser un niño


Hay un instante en la vida de un niño en el que deja de ser un niño.
Ojos azules.
Piel clara.
Sonrisa dulce y pícara.
Ángel inocente.
Ojos azules.
Piel clara.
Sonrisa rota y desconfiada.
Ángel que cayó y al levantarse perdió sus alas.
No importa qué edad tenga. Sucede sin más, sin preaviso.
Padre que grita a madre tras recibir una de sus miradas inquisidoras.
La gota que colmó el vaso.
Un vaso en la mesilla y la caja de ansiolíticos vacía.
Ojos azules observando y el grito se repite como un eco de sí mismo. ¡Basta ya! ¡He dicho que no lo hice!
¡Mentiroso! ¡Traidor! ¡Embustero!
Y un silencio.
Una mirada. Un grito. Una fuerza física arrojada contra el marido.
Chaqueta rota.
Camisa rasgada.
Pecho con sangre que es sombra de diez uñas nerviosas.
Y los ojos azules tiemblan, se humedecen sin llegar a ser fuente. El miedo los detiene. Los contiene.
Y el niño deja de ser quien era, para pasar a ser una duda, una incógnita…una culpa.
Sólo el tiempo cicatrizará una herida que siempre dará punzadas.



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